En un singular recorrido por el edificio de los Salmos, nos detenemos en la habitación 107 para analizar cuatro cuadros únicos que describen las circunstancias que el pueblo de Dios enfrentó a lo largo de su viaje; cuadros enlazados por un tema en común que hoy nos compete a todos: el sentimiento humano de impotencia. El paso por esta galería nos provoca la reflexión, pues es un canto a la amistad y fidelidad de Dios y un himno de acción de gracias por Su amor y Su misericordia, aun en medio de la tempestad.
Muchos protagonistas en las Escrituras sufrieron una noche oscura del alma: Job perdió todo, Sara luchó con infertilidad, Moisés fue un fugitivo durante cuarenta años, David tenía un suegro que intentó matarlo, María Magdalena poseía un demonio y Pablo tenía recuerdos de asesinatos quemando su alma. Sin embargo todos tenían algo más en común: oyeron la voz de Dios en su hora más oscura. Hoy más que nunca tenemos que aprender a discernir Su voz en medio del dolor y a confiar en que en el fondo más profundo y tenebroso se encuentra un Dios fiel y poderoso.
Cuando hacemos las cosas mal, la mayoría de nosotros lo ocultamos y nos alejamos de la iglesia por temor a que nos juzguen. Pero es en esos momentos que debemos recordar que Jesús nunca fue legalista, ni juzgó a la gente; Él tocaba a los leprosos, defendía a las adúlteras, hablaba con samaritanos y tenía fiestas con recaudadores de impuestos. No importa si hemos fallado, Él ve la mejor parte de cada uno de nosotros -por más escandalosa que sea nuestra vida- y nos envuelve con Su gracia. La iglesia debe ser un hospital de almas, el lugar en donde la gente admite que ha caído, que está rota, y no el lugar en donde pretendemos que somos muy santos y espirituales.
Hoy que atravesamos momentos difíciles debido a la pandemia, muchos pueden llegar a sentir que su vida está fuera de control porque su rutina diaria se ha visto afectada y su libertad ha sido coartada. Sin embargo, debemos todos recordar que el control no nos pertenece, Dios tiene el control y es el antídoto más poderoso para devolvernos la calma. Volvamos el rostro hacia Él, volvamos a lo básico y lo verdaderamente importante, a Jesús sin añadiduras. Las tempestades pueden ser una oportunidad para manteneros conectados con el Señor. Un mensaje que no te puedes perder.